¿Cuándo poner límite a los conflictos entre hijas e hijos. Tercera entrega de la nueva serie sobre parentalidad positiva con Silvia Chamorro, psicóloga especializada en Intervención Social y Orientación Educativa.

La psicóloga aborda los conflictos familiares y lo hace desde cuatro perspectivas:

Te lo contamos en jupsin.com, portal profesional exclusivo de IPDGrupo.com con información para decidir sobre salud e igualdad.

¿Cuándo poner límite a los conflictos entre hijas e hijos?

Silvia Chamorro

En anteriores artículos hemos mencionado:

  • Los conflictos entre progenitores, que se dan al mismo nivel respecto a la edad y el rol dentro de la unidad familiar.
  • Los conflictos entre progenitores y descendientes, donde existe una diferencia de roles y etapa del desarrollo considerable.

En el presente artículo abordamos los conflictos que ocurren entre hermanas y hermanos, analizándolos y proponiendo formas de afrontarlos.

Silvia Chamorro, psicóloga especializada en Intervención Social y Orientación Educativa.

Cuando dos o más hermanas/os discuten lo hacen en igualdad de condiciones. Veamos a qué nos referimos. Están en igualdad porque ambas/os ocupan el mismo rol dentro de la unidad familiar, son hijas/os y hermanas/os, nietas/os, etc.

Por supuesto hay muchos otros ejes transversales a las personas como pueden ser el género, la orientación sexual, la discapacidad, la salud mental y física, etc. que pueden influir en el grado de poder que se ostenta en la relación de hermandad.

Como en un artículo es difícil abarcar realidades muy complejas vamos a centrarnos en situaciones neutrales que puedan ser generalizables.

Cuando dos menores de edad discuten lo hacen al mismo nivel, comparten vivencias, códigos y aprendizajes que como personas adultas desconocemos. En los estudios y actividades extraescolares, cuando quedan con sus amistades, cuando chatean, etc.

Tienen un lenguaje propio y por eso es más sencillo que los conflictos los resuelvan a su manera en lugar de que lo hagamos las personas adultas.

Que el conflicto es una oportunidad es un hecho, en los anteriores artículos lo mencionábamos. Y aquí insistimos en que aprender cómo resolver conflictos nos ayudará a lo largo de nuestra vida en todas las áreas.

Es inevitable que aparezcan conflictos, pero con una gestión adecuada muchos de los malestares que producen nos los ahorraríamos.

Cuando entre hermanas/os discuten ponen a prueba sus habilidades y destrezas sociales, además, pueden llegar a acuerdos que a nosotras/os como padres y madres jamás se nos hubieran ocurrido.

¿Cuándo poner límite a los conflictos entre hijas e hijos?
Darles la oportunidad de discutir no significa que todo vale. Es necesario que haya unos límites claros y contundentes que se apliquen con el mismo criterio para todas las personas de la unidad familiar.

Darles la oportunidad de discutir no significa que todo vale. Es necesario que haya unos límites claros y contundentes que se apliquen con el mismo criterio para todas las personas de la unidad familiar.

Si mi padre me dice que no le falte al respeto a mi hermana ni la insulte, cuando el mismo lo hace conmigo y con el resto de integrantes de la familia cuando hay conflictos, es poco probable que yo le haga caso, porque el límite no es igual para todos.

Algunos ejemplos de límites podrían ser las faltas de respeto e insultos, la violencia, romper cosas, los portazos y golpes, las burlas, las mentiras, etc. Una vez tengamos los límites claros sabremos cuando es el momento de intervenir.

El enfado, la rabia, la ira, son emociones que nos resultan desagradables, pero no olvidemos que tienen una función, son útiles. Además, cuanto más las transitemos mejor podremos gestionar la emoción.

Si mi hermana/o se burla de lo patosa/o que soy en un deporte cuando la realidad es que juego mejor que ella/él es normal que me enfade. Expresarlo y marcar un límite ayuda a mantener una buena autoestima a la parte atacada y favorece que las burlas disminuyan o desaparezcan, fortaleciendo así la relación de hermandad.

Si esta situación no se frena y se repite de forma continuada en el tiempo puede deteriorar la autoestima de quien recibe las burlas, menoscabar la confianza en sí misma y en sus relaciones y perjudicar su salud mental en general.

Cuando como personas adultas percibimos que los conflictos son repetitivos y no están pudiendo resolverlos entre ellas/os también debemos intervenir.

¿Cuándo poner límite a los conflictos entre hijas e hijos?
Cuando como personas adultas percibimos que los conflictos son repetitivos y no están pudiendo resolverlos entre ellas/os también debemos intervenir.

La importancia de entender el conflicto y sus partes

Como ya hemos mencionado en anteriores textos, antes de actuar es necesario estar calmada/o y es imprescindible entender el conflicto y sus partes.

Retomemos el ejemplo deportivo anterior y analicemos sus integrantes:

  • Quien se burla: Usa una comunicación agresiva, pretende inferiorizar a la otra parte, restarle valor. Probablemente lo haga porque necesite seguridad en sí mismo, confianza y reconocimiento.
  • Quien se enfada frente a la burla: Ve atacado su autoconcepto, percibe la situación como injusta y quiere evitar que se repita. Probablemente necesite para resolver el conflicto reconocimiento y reparación del daño.

Como adultas/os tenemos que posicionarnos en un lugar neutral que defienda y argumente sobre lo que está bien, lo que está mal y porqué.

  • Si nuestra única aportación es decirles que no se peleen probablemente les servirá de poco.
  • Cuando usamos comúnmente frases como “me pone muy triste que os peleéis”, “hacedlo por mí” o llegamos incluso a decirles que les dejaremos de querer, lo que estamos haciendo es manipular sus emociones. Les hacemos a ellas/os responsables de nuestro malestar esperando que se sientan culpables y así dejen de pelearse.

Creo que es evidente que este método de resolución de conflictos alberga grabes peligros para sus relaciones futuras y no soluciona el problema, sino que lo pospone y lo agrava.

  • Evitemos también señalar culpables, es evidente que como garantes del bienestar familiar debemos posicionarnos en defensa de la parte agraviada, pero ¡ojo!.

Dar la razón a una de las partes sobre si una conducta, como por ejemplo burlarse del otro, es reprochable y no está bien no es lo mismo que culpar a quien se burla y recordarle lo mal que está lo que ha hecho.

Tengamos en cuenta que todo conflicto cuenta con una fase de escalada y otra de desescalada.

En la primera fase es donde se pasa de la normalidad al conflicto. En el ejemplo deportivo que estamos siguiendo a lo largo de este artículo pasaríamos de un momento de normalidad donde ambas/os hermanas/os están jugando, a un conflicto, una/o se burla otra/o se enfada.

Ahí empieza la escalada y todo lo que ocurra desde ese momento contribuirá a que el conflicto crezca o se detenga.

La segunda fase, la desescalada puede ser inmediata, durar horas, días o meses. Aunque el conflicto no se haya resuelto, cuando salimos de la situación las emociones disminuyen y empieza a trabajar nuestra parte racional.

Cuando la desescalada parece no darse o no terminar nunca, hablaríamos de conflictos no resueltos.

Modelos de resolución de conflictos

Una vez analizado el conflicto y sus causas es la hora de buscar soluciones. Enfoquemos a nuestras hijas e hijos en esa dirección. Cubramos las necesidades que hemos detectado.

En el ejemplo de hoy sería muy interesante reforzar las destrezas de quien se burlaba, tanto en ese deporte como en otras actividades que se le den bien y a la vez reafirmar a la/el otra/o tanto en el juego como en su capacidad para poner límites.

Propongamos actividades cooperativas en familia, seamos modelos de resolución de conflictos y, como no, pongamos en práctica todas las herramientas de escucha activa, comunicación asertiva e inteligencia emocional que ya tenemos.

Para saber más sobre resolución de conflictos desde la parentalidad positiva no te pierdas el último artículo de este bloque, que abordará los conflictos que surgen entre la unidad familiar y su red extensa.

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