Resiliencia de la mujer maltratada (3). En este serie de tres artículos, Kàtia Giménez, psicóloga general sanitaria y directora del Centro de Psicología Montjuic, realiza un profundo estudio del concepto de resiliencia a través de distintos autores y psicólogos de diferentes países.

¿Cómo actúa la resiliencia en mujeres víctimas de maltrato? ¿Cómo se relacionan estos conceptos con la capacidad de resistencia y superación de adversidades, así como con los trastornos mentales derivados de este maltrato?

En el primer artículo, la psicóloga aborda El concepto de resiliencia. En la segunda entrega, la Resiliencia y ventajas para la mujer maltratada. Y, en la tercera, que completa la serie, Elementos de resistencia y de superación de la adversidad.

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Elementos de resistencia y de superación de la adversidad

Kàtia Giménez – Psicóloga

Desde la teoría de la resiliencia se identifican y enumeran ciertas fortalezas que permiten resistir mejor los sucesos o exposiciones potencialmente traumáticos.

Destacan las competencias cognitivas (incluyen las habilidades de resolución de problemas), autoestima, empatía, conocimiento y manejo adecuado de las relaciones interpersonales. Además, también se incluye el sistema de ideas o creencias del individuo (ideología, concepción sociopolítica, convicciones religiosas, etc.)

Junto a factores estrictamente individuales, como la edad o ciertos rasgos de la personalidad (osadía, humor, optimismo, estilos de apego…) forjados en la primera infancia o a lo largo de la historia de vida, se destacan otros de acusado componente social o influidos por el entorno, los que mejor pueden desarrollarse o reforzarse en programas preventivos del maltrato de pareja.

Equilibrio y mapa de relaciones afectivas de la persona

Por un lado, ha sido forjado en su primera infancia (por tanto, por su entorno) y le confiere autoestima, seguridad, confianza en sí misma, control y otros recursos que conforman la personalidad resistente.

Con estas fortalezas, podrá afrontar una situación adversa en mejores condiciones que quien no ha podido tejer esos vínculos afectivos tempranos o los ha edificado sobre evitación, desorganización o ambivalencia. Es una variante, en definitiva, del estilo de apego seguro.

Por otro lado, quien durante la propia experiencia o tras ella puede contar con relaciones afectivas importantes estará también en mejores condiciones para las tareas de integración y superación de la situación y su eventual efecto traumático.

Señala Cyrulnik (2010) que la plasticidad del aprendizaje en los niños permite que muchas heridas no dejen huella en su futuro si mejora el entorno o encuentran relaciones afectivas sólidas, destacando la relación de pareja a estos efectos.

Las relaciones afectivas, pues, y los vínculos afectivos construidos en la infancia se confirman como pilar directo de la resiliencia, tanto en su faceta de soportar mejor la agresión o el trauma como en la de permitir la reconstrucción personal tras éste.

Desde la teoría de la resiliencia se identifican y enumeran ciertas ‘fortalezas’ que permiten resistir mejor los sucesos o exposiciones potencialmente traumáticos.

La capacidad de explicarse lo sucedido

La reacción ante una experiencia traumática no puede prescindir de la variable individual. Lo que provoca que la persona la viva como trauma no es la experiencia en sí misma, sino el choque que supone con sus sistemas previos de referencias y valores, en los que no encaja lo que le sucede.

Eso es lo que ocasiona su desestructuración y que sucumba ante la experiencia, quedando desarbolada y sin capacidad de reacción.

Tanto los estudios científicos como los testimonios de víctimas de traumas describen que lo primero que descompone a los sujetos durante la experiencia es lo inexplicable de la situación, que les resulta incomprensible, no pudiendo asumir que les está ocurriendo a ellos.

Incluso en el lenguaje cotidiano, se expresa hoy el desconcierto ante algo diciendo que “rompe los esquemas”, o afirmando que “esto no puede estar pasando” o “no puede pasarme a mí”.

Cuanto más rígidos y esquemáticos sean esos sistemas previos de referencias y valores, más riesgo hay de que cualquier suceso atípico los cuestione y el sujeto desarrolle la crisis cognitiva y emocional que da paso al trauma.

Por eso, en los estudios sobre la resiliencia a partir de infancias difíciles se destaca la plasticidad de los niños, que al no tener aún formados aquellos sistemas son más flexibles para aceptar, asumir e integrar cualquier experiencia, por dura que pueda resultar.

En el caso concreto del maltrato de pareja, la mujer sólo podrá asumirlo sin cuestionamiento de sus sistemas previos cuando ella y su entorno sociocultural tengan plenamente asumida esta situación, como ocurre en ambientes culturales donde todavía la dominación y sumisión absolutas son aceptadas.

Pero ello, no ocurre ya en ninguna sociedad desarrollada donde las normas legales y los discursos públicos insisten en la igualdad entre sexos y en el seno de la pareja; aunque en el ámbito privado y personal se esté todavía a años luz de hacerla realidad.

Por eso, como elemento de resistencia y de superación del maltrato de pareja, es fundamental entenderlo como secuela de una concepción sociocultural que aún pervive.

Es también necesario que la mujer asuma que la agresión no es imputable a circunstancias personales del agresor (o de la relación) que ella podría intentar modificar, sino que forma parte de unos modelos y roles sociales de los que es víctima, sin resquicio de culpa ni responsabilidad por su parte, pues nada en su conducta justifica la agresión.

Desde esta óptica, no sólo podrá explicarse la situación, evitando que le resulte incomprensible, sino que contará con fortalezas y recursos para intentar atajarla o romper con ella.

Y si por circunstancias o intereses prioritarios no le resulta posible, podrá desarrollar estrategias de adaptación y de resistencia con plena conciencia de la situación y sin la crisis de sus sistemas previos de referencias y valores.

Tanto durante la propia situación de maltrato como tras su ruptura, la mujer puede ser empujada al aislamiento social. Su red social puede verse quebrada, comenzando por sus más allegados (familiares, amistades), con los que el agresor prohíbe todo contacto.

La respuesta del contexto y del entorno

Con evidente componente social, puede derivar la asunción del trauma hacia:

  • Trastorno duradero y secreto (cuando la propia familia de la víctima duda de ella, p.e.)
  • Indignación militante que no evita el estancamiento y la perpetuación como víctima (la desconfianza u hostilidad generalizadas hacia lo masculino, p.e.)
  • Integración de la herida que posibilite su superación

En este proceso de interacción individuo-sociedad influirá el apoyo afectivo, desde luego, pero también el ser creído, el que se permita al sujeto su narración y expresión de lo acaecido, así como la reelaboración de sus recuerdos más difíciles.

Dos aspectos, pues, pueden verse muy influidos por esa interacción con la sociedad:

La reelaboración de lo vivido es explícitamente destacado por testimonios de mujeres como condición sine qua non para superar su vergüenza, su humillación por haber sido degradadas a una vida tan limitada,…

… por haber tenido que despojarse de aspectos centrales de su existencia para poder adaptarse al maltratador y sobrevivir con él,…

… para superar su vergüenza o su culpabilidad ante una situación que en muchos casos quebró sus referencias y todo su sistema de valores previos.

Como en otras experiencias traumáticas o adversas, no es tanto el recuerdo del suceso lo que se reelabora, que puede rememorarse con todo detalle, sino el recuerdo de la emoción padecida.

Esta reconstrucción del recuerdo de la emoción es, en definitiva, una reelaboración de lo vivido que permite depurar sus aristas más humillantes o inaceptables para el propio autoconcepto, para responder a la necesidad personal de refugio y defensa que siente la mujer y conseguir su distanciamiento emocional de lo sucedido.

La depuración de lo acontecido, la función de la memoria estimativa, es uno de los recursos más generalizados para poder integrar el suceso en la historia de vida y mantener ésta acorde con los planteamientos, ideas y conceptos sobre sí misma.

Narración del trauma (2)

El segundo aspecto mediante el que la interacción social puede favorecer el proceso de resistencia durante la situación de maltrato, o su superación si ya ha cesado, es la narración del trauma, la extraversión, el compartir con otras mujeres y con otros las vivencias y emociones del maltrato. El ser escuchada y comprendida, pues de lo contrario la vergüenza la encerrará en un silencio autodestructor.

Rojas Marcos (2010) y muchos otros autores insisten también en esa necesidad de expresión que acucia a la persona traumatizada porque mediante la narración los recuerdos del trauma pasan de la memoria emocional a la verbal, incorporándose a la historia de vida del sujeto.

Despliega así efectos reparadores, como lo hace la creación artística o literaria o cualquier otra forma de compromiso militante contra lo sucedido adoptada por el sujeto. 

Son muy ilustrativas las palabras de Kampusch (2011), quien tras vivir secuestrada por un desconocido entre los 10 y los 18 años y publicar su experiencia, expresa:

“Siento un gran alivio al haber encontrado palabras para expresar todo lo inexpresable, lo contradictorio. Verlo escrito me ayuda a mirar hacia delante con confianza. Pues todo lo que he vivido me ha dado fuerzas, he sobrevivido al cautiverio en el zulo, me he liberado de mí misma y me he mantenido firme…

… Sé que también puedo llevar una vida en libertad. Y esta libertad empieza justo ahora, cuatro años después de salir del zulo. Sólo ahora puedo poner fin a todo aquello y gritar: soy libre”.

Las relaciones y vínculos afectivos construidos en la infancia se confirman como pilar directo de la resiliencia, tanto en su faceta de soportar mejor la agresión o el trauma como en la de permitir la reconstrucción personal tras éste.

El apoyo social

Directamente determinante por sí mismo, lo es también indirectamente como refuerzo de actitudes individuales favorecedoras de la resistencia y la superación.

Frecuentemente, tanto durante la propia situación de maltrato como tras su ruptura, la mujer puede haberse visto empujada al aislamiento social. Su red social puede verse quebrada, comenzando por sus más allegados (familiares, amistades), con los que el agresor prohíbe todo contacto.

Ocasionalmente, incluso la propia mujer rehúye de sus familiares por miedo a provocar la ira del agresor o por vergüenza de reconocer su situación. En este contexto, “también puede darse un refuerzo del vínculo con el maltratador si se perciben críticas o reticencias externas, generando así una coalición secreta contra extraños” (Penn, 1998).

Autoras, como Matud y cols. (2003), insisten en la relevancia del apoyo social, en sus dimensiones emocional, instrumental o asistencial e informativa.

Pero incluso descendiendo del plano teórico al de la observación de la realidad, los estudios estadísticos y sobre grupos de víctimas muestran claramente su relevancia no sólo directa para esas tres dimensiones, sino también indirectamente para mitigar las secuelas negativas del maltrato (depresión, baja autoestima, aislamiento social, etc.).

Además de los efectos directos del apoyo social institucional (protección por los poderes públicos) como factor clave para decidir poner fin o no a la relación (en EEUU, Kim y Gray, 2008, Burkitt y Larkin, 2008; en Inglaterra, Bostock y cols., 2011).

En el caso de la mujer maltratada, su eventual integración en grupos de apoyo o de desarrollo de ciertas actividades será favorecedora de su reequilibrio emocional, puesto que le ayudará sobremanera a entender su situación y a poder superar sus nocivos efectos. De ahí la importancia capital de la reestructuración cognitiva acerca del fenómeno del maltrato y de sus orígenes y dimensiones sociales.

“La conciencia de injusticia engendra indignación, que es una actitud de resistencia y de lucha (Cyrulnik, 2011), que aun permaneciendo como reacción interna sin manifestación exterior, mientras pervive la situación de opresión, evita a la víctima asumir los valores y las pautas del agresor”.

Procesos y categorías de superación de adversidades.

La pertenencia a un grupo organizado por ideas o creencias

Es una dimensión específica de lo anterior. Permite a quienes viven una situación de trauma salvar su sentido de la coherencia, contribuyendo a su comprensión de la situación (componente cognitivo), al manejo de la misma (componente ejecutivo) y al significado de su conducta (componente motivacional); ligado a su compromiso con los valores, las ideas y los objetivos que persigue y en torno a los cuales los miembros del grupo se identifican individual y colectivamente.

Volviendo al caso de los campos de exterminio nazis, tanto los testimonios de los supervivientes (Roig, 1977) como los estudios de los especialistas (Cyrulnik, 2011) manifiestan que los que menos deconstrucción, deshumanización y humillación sufrieron durante la experiencia y menos secuelas posteriores arrastraron fueron los creyentes religiosos y los militantes políticos que mantenían durante su internamiento grupos y actividades con quienes compartían convicciones basadas en su fe o en sus ideas.

Esa pertenencia a un grupo militante y, sobre todo, sus creencias o ideales, les permitía comprender y dar significado a su situación y a su lucha por la supervivencia, evitando el sinsentido y el abandono ante la irracionalidad desesperante de aquella situación tan extrema.

Pese a su claro efecto liberador, el compromiso militante puede, en algún caso, rozar el victimismo, por el peligro de explicar y achacar cualquier acción, conducta o fracaso posterior, al trauma sufrido o a lo que lo ocasionó.

Eso significa quedar anclado a él como eterna víctima, asumir ese rol, con lo que conlleva de duelo, de culpabilidad y de ansia de redención, lo que no permite entender superada la situación e integrada en la historia personal, que queda enganchada al suceso. Rojas Marcos (2010), Cyrulnik (2011) o Pérez-Sales y Vázquez (2003) advierten contra este riesgo.

Como en otras experiencias traumáticas o adversas, no es tanto el recuerdo del suceso lo que se reelabora, que puede rememorarse con todo detalle, sino el recuerdo de la emoción padecida.

El nivel educativo

El nivel educativo es un aspecto social que muestra su elevada incidencia para prevenir y evitar el maltrato (o para permitir reaccionar frente a él si ya se ha producido).

Se confirma como variable decisiva en los estudios sobre mujeres maltratadas que pusieron fin a su relación o rompieron con ella ante los primeros indicios de maltrato (López-Zafra y cols., 2008), así como factor clave para la asunción o el rechazo de los estereotipos de género (Ferrer y cols., 2006; Ferrer y cols., 2008).

Con alcance más universal, Abramsky y cols. (2011), tras examinar encuestas de la OMS en 10 países a mujeres de 15 a 49 años, observaron la alta incidencia de que la mujer cuente con estudios de educación secundaria para disminuir los riesgos de maltrato o reaccionar frente al mismo, concluyendo:

“Los programas de prevención de violencia de pareja deben reforzar el centrarse en transformar las normas de género y las actitudes”.



Kàtia Giménez Molins – Psicóloga General Sanitaria

  • Psicóloga General Sanitaria con más de 15 años de experiencia como psicoterapeuta en el ámbito de la salud.
  • Ha colaborado en distintos centros de psicoterapia realizando evaluaciones neuropsicológicas infanto-juveniles y tratamientos psicológicos a personas de todas las edades.
Kàtia Giménez Molins es psicóloga y directora del Centro de Psicología Montjuic.
  • Formada en la Unidad de Psicología – Trastornos del Neurodesarrollo del Hospital Sant Joan de Déu, y en departamentos de Orientación Psicopedagógica de escuelas e institutos, así como en centros de psicoterapia. También ha realizado talleres grupales para padres y familias, escuelas, universidades y entidades sociales en Barcelona (España).
  • Actualmente ejerce como psicoterapeuta en el Centro de Psicología Montjuic y colabora como tutora de estudios del Máster en la Universitat Oberta de Catalunya (Máster Psicología Infantil y Juvenil) y como Profesora Asociada de la Universitat de Barcelona.
  • Puedes contactar con Kàtia Giménez Molins aquí.

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